Historia de la eutanasia.
La
civilización griega fue la primera en emplear la palabra euthanasia, para
quienes significaba una buena muerte (tahanatos). La misma era aprobada por el
estado, ya que los gobernadores contaban con veneno para todo aquel que deseaba
morir, otorgándoles a su vez una autorización oficial: «Quien
no desee vivir debe exponer los motivos al Senado y una vez lo haya recibido,
puede quitarse la vida. Si existencia te resulta odiosa, muere; si el destino te
es adverso, bebe cicuta. Si la pena te abruma, abandona la vida. Dejad que el
infeliz relate su desgracia, dejad que el magistrado le proporcione el remedio
para que él mismo pueda ponerle fin». Esto sucedía básicamente en Atenas, Quíos
y Massalia.
Sin
lugar a dudas, que Grecia era una sociedad que aceptaba la eutanasia como
práctica ideada hacia un buen morir, con la finalidad de evitar la mala vida.
Sin embargo, esta práctica tiene sus defensores y detractores desde la
antigüedad, hasta nuestros días. Por ejemplo, desde épocas muy remotas quienes
defendían a la eutanasia eran Sócrates y Platón, quienes se aferraban a la idea
de que una enfermedad dolorosa y que llevara a un alto sufrimiento, sería una
buena razón para dejar de vivir. Heródoto era un médico, y profesor de
Hipócrates, condenado por el filósofo en la República por «fomentar las
enfermedades e inventar la forma de prolongar la muerte» y agrega «por ser
maestro y de constituir enfermiza; ha encontrado la manera, primero de
torturarse a sí mismo, y después al resto del mundo». Pese a ello, hay quienes
se oponían a esta práctica condenándola, por ejemplo grupos como los
pitagóricos, aristotélicos y epicúreos.
No
obstante, Grecia no fue la única que permitía este tipo de práctica. En Roma, se
creía que un enfermo Terminal podía suicidarse porque poseía motivos suficientes
y valederos para hacerlo. Por lo que sólo se penalizaba al suicidio ilógico y
sin relación al padecimiento de una enfermedad. Entonces la ideología romana era
que vivir notablemente significaba por lo tanto morir de la misma manera. Tal es
así que hasta los aristócratas prisioneros se les concedía frecuentemente evitar
ser ejecutados mediante la opción del suicidio. Imaginémoslos a través de las
palabras de Séneca el estoico: «Hay una gran diferencia entre un hombre que
prolonga su vida o su muerte. Si el cuerpo ya no sirve para nada, ¿por qué no
debería liberarse al alma atormentada? Quizá sería mejor hacerlo un poco antes,
ya que cuando llegue ese momento es posible que no pueda actuar».
Este
hecho comenzó a girar radicalmente cuando el suicidio es castigado con la
negación de una “cristiana sepultura” a la persona que violentaba contra su
propio vida. Hecho que tomó su impulso cuando en el mundo occidental dominó la
religión cristiana. Si una persona padecía alguna enfermedad y su sufrimiento
era muy intenso, no se podía pensar en la mínima posibilidad de un alivio
piadoso. Es por esto que este rechazo llega a marcar influencia en la esfera de
la legislación civil. Por ejemplo, la víctima era partícipe de un entierro
degradante y un posterior abandono en la vía pública, tras la expropiación de
sus bienes. Cabe aclarar que no se realizaban excepciones, aunque haya sido una
persona que sufriera una enfermedad incurable.
Según
esta posición, las funciones de la Iglesia y del Estado son usurpadas por el
suicida. Tal es así que el suicidio- contrario al quinto mandamiento cristiano,
“no matarás”, fue bien definido hacia el siglo IV por San Agustín, como
“detestable u abominable perversidad”. ¿Por qué dice esto? Porque Dios es el
que concede la vida y también los sufrimientos, entonces como cristianos la
obligación es soportarlos. Y es la Iglesia quien con su poder regla las
costumbres y las prácticas de la sociedad. Entonces, estas nociones son en la
Edad Media la muestra de toda su dominación.
Sin
embargo, este dominio de la Iglesia se fue debilitando como producto de un
renovado Interés por el individualismo, hecho que se dio en el Renacimiento
cambiando la concepción del suicidio, tema en cuestión hasta el momento. Esto
favoreció a flexibilizar y complejizar todas aquellas decisiones morales
referidas a la vida y la muerte. Desde aquí se comenzó a hablar de una eutanasia
voluntaria, como lo hizo Tomás Moro en su obra titulada Utopía, en 1516,
donde el autor describía este hecho con autorización oficial inserto en una
sociedad ideal. Por otra parte, Montaigne, también escribió sobre el tema
plasmado en cinco ensayos y concluyendo en que la eutanasia es una elección
personal y racional bajo algunas circunstancias. Ya que el consideraba que el
suicidio era un acto justificado, mientras que en la escala de la naturaleza, el
hombre tenga dignidad y habilidad para valorarse a sí mismo.
Actualmente,
“el debate es entre dos concepciones de la autonomía individual. "Los que
quieren legalizar la eutanasia afirman que este derecho [a la muerte] es
ilimitado y es exigible por el individuo frente a la sociedad y los médicos". En
cambio, los contrarios a la eutanasia "sostienen que la preocupación por el bien
común exige poner límites a una reivindicación individual que, si se reconociera
por ley, daría paso a un derecho a la muerte incompatible con las fuentes
morales de la democracia". Estos, conscientes de la función simbólica que tienen
las leyes, "se niegan a convertir la justicia en un calco de meros deseos
individuales y no separan el derecho de una reflexión filosófica sobre la
condición humana. La política, lejos de reducirse al arte de conquistar y
conservar el poder, supone que las decisiones se articulen según valores
comunes".
No hay comentarios:
Publicar un comentario