lunes, 10 de diciembre de 2012

Continuación de la anterior


Otra pelicula es drigida por Denys Arcand, llamada "invasiones barbaras".

La cinta trata de la historia de Rémy (Rémy Girard), un profesor de historia con un cáncer terminal, quien se ha divorciado, hace mucho tiempo, porque su esposa no tolerara sus continuas infidelidades, sus romances traviesos, lo cual deterioraría el vínculo con su hijo mayor, ya que, para la hija, su papá siempre sería ese primer objeto de amor, de acuerdo con el pasaje normal de una niña por el complejo de Edipo.

El hijo tenía un excelente trabajo, el cual le producía, en un solo mes, lo que su padre, como profesor universitario se ganaba en un año.

La madre lo llama para que acompañen al padre a organizar sus cosas ante una muerte inminente, cosa que el vástago acepta, más para acompañar a su mamá, que para hacerlo con el progenitor, aunque, poco a poco, el vínculo va restableciéndose, hasta el punto que en el momento de pasar a la eutanasia activa, que decidieron juntos, Rémy le desea a Sébastien, su vástago, que el suyo sea tan bueno como lo fue él con su papá.

El sistema hospitalario en Canadá pareciera ser más tercermundista que el mismo Inseguro Social en Locombia, con una gran multitud de camillas, dada la dificultad de dar los pacientes una habitación digna; por esa razón, Rémy, en algún momento dirá que su país no es como los Estados Unidos de América, un país desarrollado, en una de esas sutiles, aportaciones críticas que Arcand lanza, como quien no quiere la cosa.

Es por eso que Sébastien quiere llevar a su papá al vecino país norteamericano, donde, así no hagan milagros, tal vez sí puedan brindarle una enfermedad y una agonía menos dolorosas; sin embargo, el tozudo Rémy se niega, ante lo cual, el hijo, calificado de inculto aunque exitoso, decide, en un proceso de autogestión, solicitar una habitación grande en los bajos del edificio hospitalario, para que el padre pueda reunirse allí con sus viejos amigos mientras espera la muerte, pero para lograrlo tendrá que sobornar tanto a los poderes oficiales como a los sindicales, quienes no parecieran concederle ese beneficio de una forma gratuita.

Lo mismo ocurre en relación con la consecución de la heroína, indicada al padre como poderoso analgésico; Sébastien tendrá que buscarse a una jonki, una joven drogadicta, hija de una de las ex amantes de su padre, para que la consiga por medios ilegales, en escenas en las que Arcand, como buen intelectual comprometido, denuncia la corruptela de la policía canadiense, tan moralista de un lado pero, del otro, tan perversa.

Sébastian cita a los grandes amigos de su padre para que vengan a verlo y acompañarlo en sus últimos días, en los que en ese trance del cáncer, que avanza, como las invasiones bárbaras, las células cancerosas atacan el cuerpo paterno, como los secuaces de Osama Bin Laden lo hacían con un imperio que decae; de ahí que no sea casual la presentación de una noticia del 11 de septiembre en la televisión, en un siglo que, para Rémy, no fue particularmente violento, si se tiene en cuenta el genocidio cometido por los conquistadores europeos en América, crítica que el personaje realiza casi con un guiño.

Desde las reflexiones para su cátedra, el profesor sabe que la historia de la humanidad es una historia de horror. Por ello, le resulta tan sorprendente que de él, un socialista voluptuoso, haya brotado un hijo como el suyo, un capitalista ambicioso y puritano.

El reencuentro con los amigos trae una catarata de humor a la película, en un clima en el que reina un jubiloso mamagallismo, en la mejor onda de un Gabriel García Márquez, una constante tomadura de pelo, una alegre joda, para nada cansona, que culmina con los deliciosos días en la casa de Pierre, uno de los amigos, frente a un hermoso lago, donde se procederá a ejecutar la eutanasia, de manos de Nathalie, la joven adicta que le conseguía la heroína, ahora por los caminos de la rehabilitación, en un tratamiento con metadona. Ya que la película nos muestra como la capacidad vincular, entre los seres humanos, nos conduce por caminos de transformación.

Los amigos evocan un pasado, en el que fueron sustituyendo un ismo por otro, para ensayar todas las formas del pensamiento de la segunda mitad del siglo XX o escenas de películas que, en una sociedad represiva y pacata como el Canadá de su niñez y primera adolescencia, la sexualidad se filtraba a través de películas pías como la de Cielo sobre el pantano (1949) del neorrealista italiano Augusto Genina acerca de María Goretti con la actuación de Inés Orsini, cuyas piernas pudieran resultar tan seductoras como las de los cuerpos de Silvana Mangano o Sofía Loren, que el neorrealismo italiano descubriera por aquellos tiempos, para dar lugar luego a otros personajes femeninos como objetos de amor ideales para el joven Rémy, en divas como la cantautora y actriz francesa Françoise Hardy, entre otras.



Y al fin proceder a la eutanasia activa, ese tema que aún sigue siendo tabú en muchas sociedades y del que el cine empieza a ocuparse con filmes como Mar adentro, esa bella película de Alejandro Amenábar, en torno a la historia real del escritor Ramón Sampedro, quien tanto luchara por acceder a gozar del derecho a una muerte digna, por el derecho a que cada individuo haga con su vida lo que quiera y que, previamente, se había tratado en relación con la eutanasia pasiva, por allá, en 1981, en el filme Al fin y al cabo es mi vida del director inglés John Badham, con la actuación estelar de Richard Dreyfuss y John Cassavettes, en el papel respectivamente del cuadripléjico que solicita que se le deje morir de forma natural y el delirante doctor que se empeña en hacerlo vivir a como dé lugar.

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